Historia del cine Español: «La verbena de la Paloma» (1935)

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La verbena de la Paloma (1935)

En 1935, Benito Perojo, uno de los más destacados cineastas españoles de la etapa muda, que ya había dirigido veintisiete películas, aborda la realización de la segunda versión cinematográfica de «La verbena de la Paloma«, que en 1921 había sido llevada a la pantalla por José Buchs. Se trataba de una versión muda de la célebre zarzuela de Ricardo de la Vega y Tomás Bretón, protagonizada por Elisa Ruiz Romero (Susana), Julia Lozano (Casta), José Montenegro (Don Hilarión) y el que luego sería importante director Florián Rey, que interpretaba el papel de Julián. Aunque parezca mentira, los realizadores españoles de la época muda se atrevieron frecuentemente a llevar a la pantalla zarzuelas. El propio Buchs dirigió: «La reina Mora» (1922), de los hermanos Alvarez Quintero y el maestro Serrano; «Doloretes» (1923), de Carlos Arniches y los maestros Vives y Quislant, y «El rey que rabió» (1929), de Miguel Ramos Carrión y Vital Aza, con música de Ruperto Chapi. Por su parte, Florián Rey debutó como director con una adaptación de «La revoltosa» (1924), de José López Silva, Carlos Fernández Shaw y Ruperto Chapí, y al año siguiente realizó «Gigantes y cabezudos«, de Echegaray y Fernández Caballero.

En 1962, años después de abandonar la dirección, B. Perojo produjo una versión en color que dirigió José Luis Sáenz de Heredia, en la que se incluían escenas de ambiente moderno con su correspondiente adaptación musical y coreográfica, con la intención de demostrar la permanencia de las esencias castizas y zarzueleras en la España del desarrollo económico. Interpretaron esta versión Conchita Velasco (una magnífica Susana), Vicente Parra (Julián), Miguel Ligero (nuevamente Don Hilarión), Irán Eory (la Casta) y, en dos interpretaciones geniales, Milagros Leal (la tía Antonia) y Mercedes Vecino (la Señá Rita).

«La verbena de la Paloma» de Perojo costó 940.000 pesetas. Una partida de 200.000 pesetas se empleó en la construcción de los magníficos decorados de Mignoni que reconstruían las calles del Madrid antiguo, y otras 80.000 pesetas cubrieron los gastos de figuración. El rodaje en los Estudios CEA de la Ciudad Lineal, hoy desaparecidos, comenzó en septiembre de 1935 y se prolongó por espacio de dos meses. Para asegurar la fidelidad de la película a los ambientes y costumbres del Madrid de 1894 se encargó la ambientación y la revisión de los diálogos a Pedro de Répide, cronista oficial de la Villa de Madrid.

El argumento de «La verbena de la Paloma» es de sobra conocido y su música y sus canciones mantienen toda su gracia y su vigencia. Perojo conservó su esencia, pero la interpretó a su manera y sobretodo inventó un lenguaje cinematográfico adecuado al mundo que describe: los barrios populares del Madrid castizo, de la Plaza Mayor a la Puerta de Toledo y las Vistillas. La historia se desarrolla a lo largo de una sola jornada, desde la mañana hasta la celebración de la verbena en la noche del 15 de agosto, festividad de la Virgen de la Paloma. El Julián, un joven cajista de imprenta, descubre a su novia, la Susana, en un coche de caballos acompañada por otro hombre. Carcomido por los celos, cuenta sus penas a su patrona, la Señá Rita, mujer del tabernero. En realidad, el hombre que acompañaba a a la Susana era el viejo y ridículo boticario Don Hilarión, que corteja indistintamente a Susana y a su hermana Casta. Las dos muchachas se dejan querer con aquiescencia de la vieja y estrafalaria Tía Antonia, que opina que el boticario es un buen partido para alguna de sus sobrinas. Susana se siente orgullosa de haber dado celos al Julián («celoso si es, porque es muy hombre y muy enamorao») y no tiene inconveniente en prolongar la situación hasta la noche, negándose a acompañar a su novio a la verbena y colgándose del brazo de Don Hilarión para aumentar los achares del Julián.

 

Todo un musical

«La verbena de la Paloma» de Perojo es una película excelente y, sin duda, una de las más conseguidas obras del incipiente cine sonoro español. La narración tiene un ritmo perfecto que alterna los distintos personajes, escenarios y situaciones con gran precisión. Perojo, probablemente influido por los musicales americanos de los años 30, consigue transmitir la frescura y la alegría inherentes al género. «La verbena de la Paloma» es un musical por los cuatro costados, como demuestra ya la secuencia del tranvía de caballos al comienzo de la película, en la que los personajes de la boda cantan a coro «Por ser la Virgen de la Paloma», en un acertado montaje picado en el que se alternan los planos cortos de los grupos de personajes que van en el interior del tranvía, con movimientos de desplazamiento en el exterior sobre la parte superior del vehículo. En el mismo sentido cabe destacar la escena de la borrachera de la tía Antonia, una caracterización verdaderamente genial de Dolores Cortés, que entendió perfectamente el carácter esperpéntico del personaje, compuesto por exceso a base de gestos groseros, golpes de pay-pay y sorbetones. En esa escena llama la atención el perfecto juego de espacios y la combinación entre las frases cantadas por la tía Antonia y sus sobrinas y aquellas otras cantadas por el coro. No hay que olvidar que nos encontramos en los albores del cine sonoro en España.

El film de Perojo no es sólo destacable en su aspecto de película de género. Es sobre todo inspirado en lo que se refiere a la creación de ambientes y a la descripción de los tipos zarzueleros. Es una cita común entre los especialistas la descripción de las buhardillas y los tejados de la barriada que hace Perojo con resonancias de René Clair, de quien era amigo personal, y que sirve como transición del sía a la noche en la película. Igualmente es famosa otra transición en el film: el paso del baile en la verbena al baile de los aristócratas en un lujoso salón. Perojo muestra primero unos planos generales del ambiente popular de la feria, las barcas, la noria, los caballitos, la silueta de la noria y planos concretos de los personajes que viajan en ella. Pasa a continuación al baile callejero, el organillo, coches de mulas y una pareja de dos niñas bailando juntas, de nuevo el organillero en silueta… Después entramos en casa de la tía Antonia, en donde la Casta y la Susana, muy animadas, bailan al compás de la música que viene de la calle, y por una panorámica y a través de su imagen en el espejo, descubrimos la grotesca pareja de Don Hilarión y la tía Antonia, que también están bailando. Una lámpara de lujo sirve de transición al baile que se celebra en una lujosa mansión.

Este gusto por el detalle ambiental lo encontramos también en la utilización del lenguaje castizo y el aprovechamiento de los acentos de los personajes, que ayudan a su definición. En este sentido destaca el entusiasmo que ponen en sus personajes Raquel Rodrigo, Dolores Cortés y Rafael Calvo, cuyo discurso como padrino de la boda es uno de los mejores trabajos de este excelente actor.

Otro de los hallazgos de Perojo está en la escena en que el Julián se lamenta de los desaires de la Susana en la imprenta. Al mismo tiempo que el cajista continúa su trabajo, su imagen se desdobla y comienza a cantar. Perojo mantiene el plano general de Roberto Rey trabajando y sobreimpresiona un primer plano de su «otro yo» cantando. Aparece después un perfil de la Señá Rita, que comparte el encuadre con el primer plano del actor y que repite sus consejos. Finalmente son los compañeros linotipistas de Julián quienes se encargan del coro de la canción.

Tanto Emilio Sanz de Soto como Félix Fanés y Manuel Rotellar destacan el aire libre y desenfadado que Perojo dio a los personajes femeninos de «La verbena de la Paloma«: «Dela Susana y la Casta hacia dos hembras cachondas», decía Rotellar. Menos simpático resulta el Julián, siempre llorando sus celos a la Señá Rita, el personaje cabal de la historia, que opina que el que tiene vergüenza «se calla y se acabó», y que si la Susana se va al baile con Don Hilarión, «pues te muerdes la lengua y te vuelves p’atrás, y le dices al otro: ¡anda y guárdatela!».

 

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