Historia del cine Español: «¡A mí, la Legión!» (1942)

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¡A mí, la Legión! (1942)

Dentro de las películas de temática militar, el subapartado de películas de legionarios tiene unas características especiales. Como prueba ahí están títulos como «Harka» de Carlos Arévalo; «Poker de ases» de Ramón Barreiro; «Truhanes de honor» de Eduardo G. Maroto, o en los años posteriores «Los novios de la muerte» y «A la Legión le gustan las mujeres«, ambas de Rafael Gil. Pero sin duda la más recordada es «¡A mí, la Legión!«, la película de Juan de Orduña para la marca Cifesa sobre guión de Luis Lucia, amigo personal y hombre de confianza de don Vicente Casanova, el todopoderoso fundador de «la antorcha de los éxitos», que financió el 30 por 100 de su coste. Su rodaje se inició el 15 de diciembre de 1941 y terminó el 26 de marzo de 1942. Curiosamente, la película fue clasificada en segunda categoría.

«¡A mí, la Legión!» cuenta la historia de la amistad hasta la muerte de dos legionarios de muy distinta procedencia social y geográfica que coinciden en una bandera del Tercio. Uno de ellos, El Grajo, es un delincuente común de turbio pasado; el otro, Mauro, es en realidad el principal heredero de Eslonia, un imaginario país centroeuropeo, que se ha apuntado a la Legión para olvidar una desdichada historia amorosa. Entre ellos nacen unos lazos que sobrepasan la mera amistad, hasta el punto que cuando Mauro es reclamado desde su país para ser coronado rey, El Grajo cae en una profunda depresión y ni siquiera la vida de la Legión tiene ya sentido para él. Abandona el Tercio y por un azar de la fortuna va a dar con sus huesos en la mismísima Eslonia, en donde la víspera de la coronación real unos anarquistas quieren implicarlo en un atentado contra el príncipe, cuya verdadera identidad, por supuesto, ignora El Grajo. Esta extraña casualidad permite que pueda salvar a su amigo al grito de «¡A mí, la Legión!», en una de las más famosas escenas del cine español de posguerra. Mauro, agradecido, lleva a su compañero a vivir con él a palacio y lo convierte en su hombre de confianza. Juntos pasan el tiempo contándose viejas experiencias y recordando los momentos maravillosos que vivieron en la Legión, con la consiguiente preocupación del primer ministro de Eslonia, Ionescu, que no encuentra modo de que el nuevo rey dedique atención a los asuntos de Estado. Cuando ya la historia ha derivado de la recia epopeya militar a la fina opereta vienesa, con incrustaciones de «sopa de ganso«, como también opina Félix Fanés en «Cifesa, la antorcha de los éxitos», estalla la guerra civil española. El Grajo siente la llamada de la patria lejana y plantea crudamente a Mauro la separación. Pero la Legión sin su amigo Mauro es muy distinta, o al menos así lo ve El Grajo, convertido en un soldado triste y solitario. Lucia y Orduña no dudaron en buscar un final feliz para esta historia. En unos camiones llega el nuevo reemplazo. Y entre ellos aparece radiante el propio rey de Eslonia dispuesto a luchar junto a su amigo del alma en la guerra de España.

 

Una fábula disparatada

Aunque la película lleva una dedicatoria «a todos los que dieron su vida por la Patria al grito de «¡Viva la Legión!», y su director, Juan de Orduña, había realizado un exaltado poema cinematográfico, titulado «Ya viene el cortejo«, sobre los versos de Rubén Dario aplicados al Desfile de la Victoria, «¡A mí, la Legión!» interesa más por su disparatado argumento y su capacidad de fabulación, dentro de una narración que progresivamente se aparta de cualquier atisbo de realidad. Veamos algunos aspectos:

«¡A mí, la Legión!» es a primera vista una divertida película de aventuras que transcurren en los ambientes exóticos del norte de África y del reino imaginario de Eslonia en la que se hace un canto a la amistad viril en el marco de la Legión y en la que se contrapone la dura pero sana vida en el Tercio con la artificiosidad de la corte centroeuropea. La narración es rápida, fluida y está dividida en claros segmentos en los que se identifican con perfecta nitidez los elementos de comedia y los melodramáticos.

Una lectura más atenta de la película nos permite descubrir aspectos de gran interés: la amistad de El Grajo y Mauro está basada en su mítico encuentro en el campo de batalla. El Grajo ha sido herido en un acto heroico y Mauro acude a rescatarlo de las balas enemigas. Unas escenas más tarde El Grajo tiene oportunidad de devolver a Mauro el favor, salvándolo de una segura ejecución, acusado de un crimen que no ha cometido. Jugándose la vida, descubre al verdadero asesino, un judío de aspecto grotesco al que Orduña no se recata en presentar en maléfica silueta. La amistad entre los dos legionarios se afianza al descubrir su pasado en común, a pesar de las diferencias geográficas y sociales que los separan. Ambos han llegado al Tercio huyendo de una mujer. El carácter inconscientemente misógino del filme es apabullante. Las referencias a las mujeres son siempre despectivas, por cuanto que ellas suponen una intromisión en el destino de los hombres protagonistas destinados a ser héroes. Incluso la cantinera, enamorada de El Grajo, está presentada como un personaje de segunda fila que va perdiendo su posición en el corazón de su galán a medida que avanza la película. El Grajo, totalmente apesadumbrado por la marcha de Mauro, no duda en abandonar a la chica para ir a buscar por todo el reino de Eslonia a su amigo Mauro. Y en las escenas de la corte no hay la menor referencia a amores o aventuras de ninguno de los dos protagonistas.

 

Visión romántica de la guerra

El Grajo y Mauro viven una historia de amor que cobra importancia en los momentos de adversidad. Son hombres enamorados del sufrimiento, incapaces de adaptarse a una vida normal. Necesitan huir de la realidad -concretada en esas dos mujeres a las que hacen referencia como causa de sus males- y huyen hacia un mundo irreal -la Legión, la guerra- presentado en la película como un paraíso de virtudes abstractas y valores románticos desligados de cualquier motivo político o ideológico concreto. Sólo la fraseología y algunos signos externos nos sitúan en el terreno del nacionalismo y el colonialismo. Son estas manifestaciones verbales, retóricas, barrocas y huecas, una de las señas de identidad de esta película: «Y ahora, como comandante suyo que todavía soy -dice Manuel Luna a Luis Peña, mirándole a los ojos- debo decirle que allá donde la vida le lleve, habrá de acompañarle el espíritu de esta hermandad, de este puñado de hombres, que en un rincón de los montes de África, son el baluarte de una patria y el símbolo de una raza. A ellos está usted unido para siempre, porque siempre vivirá en los corazones aquel lema del credo heroico que dice: «A la voz de «¡A mí, la Legión!», sea donde sea, acudirán todos, y con razón o sin ella, defenderán al legionario que pida auxilio. No lo olvide todavía Mauro, legionario de segunda de la 11 Compañía de mi 4ª Bandera». El tono de Manuel Luna es imposible de transcribir.

Esta amistad más allá de las fronteras y de las guerras -el rey de Eslonia se presenta voluntario para luchar en las filas de Franco contra la República- tiene otra característica: una irresistible dependencia mutua y un fuerte síndrome de abstinencia, fantásticamente expresado en la escena en que Mauro se despide de El Grajo y de Curro. Pasados los meses, El Grajo vive una vida de amargura en los bajos fondos de Eslonia y Mauro se aburre mortalmente en los corredores del enloquecido palacio real. Cuando se encuentran en mitad del desfile de la coronación, ambos ven el cielo abierto. Y a partir de ese momento viven felices recordando los tiempos del Tercio, los viejos amigos, los actos heroicos; se emocionan, ríen, cantan canciones legionarias y dan vivas a España en el palacio del rey de Eslonia. Sólo la llamada de la Patria -El Grajo es español y decide volver a España al enterarse del levantamiento de franco- volverá a separarlos. Pero eso durará poco, puesto que al parecer el rey de Eslonia no tiene inconveniente en abandonar su trono y apuntarse a la batalla de Brunete. Hay patrias y patrias, y al fin y al cabo Eslonia se la había inventado Juan de Orduña y no Don Pelayo.

Hay que añadir finalmente que en «¡A mí, la Legión!» hay una presentación mítica del héroe, que es sin duda Alfredo Mayo, expresada en planos cortos y enfáticos, conversaciones que giran en torno a él en su ausencia y miradas arrebatadas de los otros personajes. Por el contrario, los malos son de opereta, tanto en su caracterización física como en su manera de moverse o el tono de su voz. Es significativo además que los únicos malos que aparecen en la película sean un judío y unos anarquistas. Rasgo común a muchas otras películas de la posguerra es el personaje del gracioso andaluz que en «¡A mí, la Legión!» representa Curro, un tipo del pueblo, semianalfabeto, mal hablado y chistoso, pero que siente como sus compañeros y está dispuesto siempre a arrimar el hombro. Si a Orduña no le hubiera tentado el camino de la opereta centroeuropea, el destino de Curro habría sido una muerte en combate.

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